El periodista Ricardo Uceda describe histórica y detalladamente al diario más importante del Perú, El Comercio, algunas acciones constituyen una lección a seguir, mientras que otros despiertan antapatía y es preferible mantenerse alejado de estas prácticas; en fin constituye un documento importante para ver la dimensión empresarial y periodística de un grupo de poder. La publicación original se encuentra en www.poder360.com
Cómo CAE un director de El Comercio
Anatomía del poder en el grupo mediático más importante en el Perú. El diario se refamiliariza mientras se prepara para celebrar su 170º aniversario.
Por Ricardo Uceda
La felicidad en Perú 21. Solicitud de renuncia. ¿Por qué cayó? Las razones de la familia. No nos gusta tu foto. Cargarse a un director.
El 7 de noviembre de 2006, en Buenos Aires, el director del diario Perú 21, Augusto Álvarez Rodrich, disertó en una mesa de periodistas que analizaba la relación entre los dueños de medios y sus redacciones. Los ponentes trabajaban en compañías concentradas y poderosas, dominantes de sus mercados.
–Yo soy feliz en un grupo empresarial que tiene varios medios líderes –decía Álvarez Rodrich–. Nunca han interferido con mi independencia, y eso que la línea de Perú 21 no coincide necesariamente con la del diario El Comercio, el hermano mayor.
–¿Y cuántos años llevas de director? –le preguntó, a su costado, el mexicano Ignacio Rodríguez Reyna, quien hasta no hacía mucho había sido director editorial del diario El Universal.
–Cuatro años.
–Pues yo, precisamente hasta el cuarto año, era tan feliz como tú –dijo Rodríguez Reyna–. A continuación narró cómo el dueño de El Universal, Juan Francisco Ealy, quien nunca había intervenido en las decisiones editoriales, le pidió, como “favor personal”, que retirara una investigación sobre los vestidos que con el dinero estatal se compraba Martha Sahagún, la esposa de Vicente Fox. Doña Martha iba a ayudar al diario a obtener una licencia televisiva que le era sistemáticamente rechazada. (“En una situación así no quiero disgustarla, ¿comprende?”). El periodista cedió y se tiraron a la basura más de un millón de revistas dominicales ya impresas. Pero luego Ealy pidió un segundo “favor personal”. Al tercero, Rodríguez Reyna renunció.
Dos años después, el presidente del Directorio de El Comercio, José Antonio García Miró Miró Quesada, le pidió la renuncia al ya no tan feliz Álvarez Rodrich.
–Estamos en desacuerdo con tu línea editorial– añadió, amablemente.
De todos modos, el periodista culminó su mandato sin haber dejado, hasta el final, de ejercer su autonomía editorial. Pero se quedó sin saber cuál era la bala que lo había matado. Una podía ser la idea de algunos miembros del Directorio de que atacar a Alan García era sabotear el crecimiento económico. Otra, el haber liderado la denuncia de los “petroaudios” en abierta discordancia con la línea de El Comercio, cuyo nuevo director, Francisco Miró Quesada Rada, no quiso publicarlos. Otra, el hospedaje que daba Perú 21 a izquierdistas reciclados.
Descartó lo de los “petroaudios” –aunque parecía lo más evidente– porque el Directorio no destituyó a Laura Puertas, directora periodística de América TV –empresa de El Comercio–, que divulgó llamativamente el material. Más bien la ratificó, según un accionista. Aunque esta ratificación fue a instancias de Mirko Lauer, representante del diario La República –socio minoritario del canal–, contra Puertas no parecían existir las objeciones que en el Directorio de El Comercio había contra él.
Además, sus problemas eran previos a la crisis de los “petroaudios”. Antes de su estallido, en una primera conversación, José Antonio García Miró le había comentado a Álvarez Rodrich lo que molestaba a la familia de Perú 21: la apología de la Comisión de la Verdad, los columnistas caviares, los ataques a Cipriani y Giampietri, y una hostilización a Alan García que, en el fondo, favorecía a las corrientes “antisistema”. El presidente del Directorio no le pidió nada específicamente.
De modo que no era un tema, sino varios. Incluso algunos subjetivos, como le previno otro accionista con quien se entrevistó durante sus últimos días (“Les disgusta tu foto con los brazos cruzados en tu columna, como diciendo: Yo hago lo que me da la gana desde el periódico de ustedes, ¿y qué?”).
Con todas estas posibles causas, faltaba un detonante. ¿Fue el factor García? Para un testigo de los hechos principales:
–No, no fue por el Presidente. Aunque García o amigos de García hayan cargoseado, ese Directorio realmente no actúa por presiones políticas. En el fondo, la correlación mayoritaria en la empresa deseaba ejercer su poder. Ya habían cambiado al director de El Comercio, y querían cargarse a alguien más. Álvarez Rodrich no les gustaba. “¿Nos lo cargamos? Ya, nos lo cargamos”, se dijeron.
El 22 de noviembre, el reenganchado editor de Opinión de El Comercio, Hugo Guerra, dio por sentado en una columna que el acuerdo de destituir a Álvarez Rodrich había sido adoptado por unanimidad. En realidad, no hubo unanimidad. Tampoco hubo acuerdo de Directorio para remover a Álvarez Rodrich. Simplemente, el representante de la mayoría le comunicó que no lo querían.
Buscando un director. Comité en funciones. Sorpresa en el Directorio. Propuesta de codirección. Renuncia irrevocable.
Un mes atrás, el procedimiento fue distinto con el entonces director de El Comercio, Alejandro Miró Quesada Cisneros, Alejo. En el cargo desde 1999, iba a jubilarse en septiembre del 2009, cuando cumpliera 65 años, el límite de edad para que un directivo accionista trabaje en el diario. El Directorio había establecido un sistema para elegir a su sucesor. Un comité especial estaba en
funciones, con la misión de proponer criterios y candidatos. Sus miembros se habían reunido con Alejo, y hablaron con él respecto de las cualidades del elegido.
El director dijo que ante todo debería tener capacidad para ejercer su cargo con independencia.
Aunque en la reunión no se mencionaron nombres, varios conocían la opinión de Alejo de que el nuevo director no necesariamente debería pertenecer a la familia. Por otra parte, hasta que sobrevino el golpe de timón, parecía improbable que el nombre de Francisco Miró Quesada Rada reuniera consenso. Hasta entonces, claro, el Directorio había actuado con la lógica de que los diversos sectores familiares en pugna eligieran un director aceptado por todos. Por eso el comité estaba integrado por dos de los Miró Quesada Garland, y dos de los García Miró y sus aliados.
Pero en algún momento del año esta lógica cambió, y el sector de los García Miró, mayoritario en el Directorio desde el 2002, decidió que ya era hora de que los Miró Quesada Garland tuvieran un contrapeso en la dirección del periódico. O que, sencillamente, salieran de la Dirección.
¿Por qué no esperaron un año más? Una explicación posible es que la prolongación de discusiones sobre el sucesor bajo la sombrilla del consenso iba a llevar necesariamente a nombrar un director extraño a la familia, a falta de candidatos plenamente aceptados dentro de esta. Esta posibilidad es indeseable para la nueva mayoría, que prefiere a la familia en el control.
El hecho es que, iniciada la sesión de Directorio del 26 de septiembre, el presidente, José Antonio García Miró, dijo que una mayoría de accionistas consideraba conveniente que el diario tuviera dos directores, lo que sometía a consideración de los presentes para adoptarlo como acuerdo.
El primer sorprendido, el director en funciones, dijo que no aceptaba el planteamiento, y que, en consecuencia, renunciaba. Una de sus razones era que la medida implicaba una reprobación al director, al proponerse a otra persona que complementara su función. Añadió que el sistema de codirección ya no era viable en las actuales condiciones del periódico.
Este último argumento recibió objeciones en la discusión que siguió. ¿Acaso no fue funcional y hasta ejemplar la codirección de Alejandro y Aurelio Miró Quesada, en la década de los noventa?
Es una buena pregunta. Para considerarla habría que dar un salto hacia atrás en la historia.
Primera generación. Historia de codirecciones. El factor Garland. Alejandro y Aurelio. 135 accionistas. La muerte de Aurelio.
El raudal de accionistas de El Comercio comenzó con los seis hijos que José Antonio Miró Quesada (1845-1930) tuvo con Matilde de la Guerra. Era el único director y propietario desde 1898. En 1905 hizo director a su hijo mayor, Antonio, quien junto con su esposa murió asesinado por un joven aprista en 1935. Antonio fue sucedido por sus hermanos Aurelio y Luis. Así comenzó la costumbre de la familia de que dos personas asumieran el mando periodístico.
Los hijos de Aurelio y Luis, Aurelio Miró Quesada Sosa y Alejandro Miró Quesada Garland, también serían codirectores. Fueron nombrados en 1962, luego de un período en el que Luis Miró Quesada de la Guerra dirigió solo tras la muerte de su hermano, en 1950. Luis –más que periodista, un dirigente nacional– pasó a ser director general con ellos como subdirectores hasta la expropiación del diario por los militares, en 1974. En 1980, cuando fue devuelto, Luis ya había muerto, y Alejandro y Aurelio lo sucedieron. Un ejemplo de codirección que se quiso retomar en septiembre del 2008.
En el ejercicio de su codirección, Alejandro y Aurelio tenían y ejercían idéntico poder en el diario, aunque era Alejandro –por su personalidad y vida social más abiertas–, el que aparecía en los primeros lugares de las encuestas sobre los poderosos del país. Para dirigir se turnaban cada semana, y es seguro que no opinaban igual sobre los asuntos editoriales. Alguien que despachaba con ellos todos los días dijo:
–Me daba cuenta cuando a uno le disgustaba lo que había hecho el otro. Pero jamás lo decían.
Desde otro punto de vista, Aurelio y Alejandro representaban un porcentaje de accionistas que, con alianzas menores, tenía mayoría en el accionariado. En esas circunstancias, algo tan alambicado como compartir la dirección de un diario puede resultar explicable. Si bien los directores eran personalidades con cualidades propias –en una familia donde pocos podían competir para ese puesto–, el hecho de que representaran a la vez a grupos familiares les daba una indiscutible estabilidad.
Los cuatro Miró Quesada de la Guerra hijos del primer José Antonio que en algún momento fueron directores del periódico (Antonio, Luis, Aurelio y Óscar, este último director general entre 1980 y su muerte en 1981) tenían, cada cual, una sexta parte de los títulos, lo mismo que sus otros hermanos Josefa y Miguel. Pero los descendientes de Luis, casado con Elvira Garland, terminaron en poder de las acciones de su tío Miguel, quien no tuvo hijos. La esposa de Miguel, otra Garland, era hermana de Elvira, y cuando enviudó cedió su parte a los sobrinos más cercanos. De esta manera los Miró Quesada Garland, con un 32 por ciento a cuestas, se convirtieron en el grupo principal.
Esta proporción es harto significativa en una empresa con 135 accionistas, de los cuales solo tres tienen entre cinco y diez por ciento y 96 no llegan al uno por ciento. Pero un 32 por ciento no basta para mantener el control. Esto lo comprobó agriamente el grupo Miró Quesada Garland poco tiempo después de que fuera nombrado director uno de los suyos: Alejo, el hijo mayor de Alejandro. El vacío lo había creado la muerte de Aurelio en 1998 y el inminente retiro de Alejandro.
Alejo. La información y el negocio. Un amigo investigado. El caso Bavaria. Accionistas en la redacción. El tema de fondo.
Alejandro Miró Quesada Cisneros ingresó al diario como redactor deportivo a los 21 años, y desde entonces recorrió distintas posiciones hasta su nombramiento como subdirector en 1994. Tenía un conocimiento exhaustivo del periódico, desde sus instancias reporteriles hasta las corporativas, lo que le permitía penetrar en las minucias informativas sin perder de vista que todo aquello no dejaba de ser, a fin de cuentas, un negocio.
Pasó buena parte de su tiempo escribiendo códigos para fortalecer la independencia de El Comercio. Él mismo los cumplía en situaciones difíciles. En una ocasión, ante una invitación presidencial, se negó a conversar con Alan García en Palacio. De acuerdo con los Principios Rectores del diario, podía hacerlo en un lugar neutral, con presencia de editores. Le mostró estas normas al Presidente cuando, tiempo después, le hizo una visita gremial.
–Muy astuto –dijo García–.
En otra ocasión, siendo Alejo subdirector, los periodistas de la Unidad de Investigación le pidieron una cita para decirle que tenían indicios de corrupción –que luego se revelaron equívocos– de un íntimo amigo suyo. Se quedó estupefacto, pues le era realmente muy cercano y no dudaba de su probidad.
–Yo no puedo despachar con ustedes sobre esto –dijo–. Tengo un conflicto de interés. Resuelvan todo con mi primo Paco –el otro subdirector–, y publiquen lo que haya que publicar. A mí no me digan nada.
No obstante, informar bien al público puede implicar, eventualmente, perjudicar los intereses empresariales. ¿Cómo darle esta información y a la vez rendir dividendos? Esta es la contradicción insalvable en las empresas periodísticas, que se resuelve en la mayoría de los casos sacrificando la información conflictiva.
En El Comercio, desde la época de Luis Miró Quesada, se hizo tradicional la autonomía del director respecto de los accionistas.
Por cierto, uno puede encontrar que un director con autonomía puede ser hasta mediocre y deshonesto, y también que no basta con su autonomía para que un diario sea leal a sus lectores –los medios con ombudsman son institucionalmente superiores–, pero no hay duda de que la primera condición de la independencia es que los accionistas no se metan en las decisiones editoriales.
La intervención de los accionistas en la redacción se redujo a cero durante el período de Alejo Miró Quesada. Desde luego, ellos podían tratar con el director, pero un periodista sabía que podía investigar un hecho que supuestamente contrariara los intereses de un miembro del Directorio. Incluso un periodista podía quejarse de la intromisión de un propietario, pues había una norma interna que lo impedía. El jefe de Redacción, Eduardo Carbajal, habría causado el despido en 1998 de la accionista y editora de la página de medio ambiente, Martha Meier Miró Quesada –ahora miembro de tres comités editoriales del grupo–, al quejarse ante los directores de que era presionado mediante correos electrónicos que consideró impropios. En la versión de Meier, quien poco después fue elegida al Directorio, nunca hubo un problema editorial con Carbajal.
Pero el propio Alejo fue enfrentado a sus criterios cuando algunos miembros de la redacción objetaron que el asesor principal en Economía y editor los fines de semana, Fritz Du Bois, fuera, a la vez, director en algunas importantes empresas. Du Bois gozaba de la confianza del director, al punto que en el Directorio había quienes creían que deseaba promoverlo como su sucesor. Según Miró Quesada, el hecho de que fuera asesor principal sin estar en planilla no contrariaba los principios establecidos, salvo que se mudara al diario con camas y petacas. Actualmente el economista ejerce la dirección de Perú 21 a dedicación exclusiva.
Otra incoherencia: años atrás, el diario no informó plenamente lo que ocurrió con operaciones irregulares con el dólar MUC por parte de algunos directores en la década de 1980, tema que se hizo público en las postrimerías del gobierno de Fujimori. Cuando esto trascendió, Alejo –quien estuvo al margen y desconocía las operaciones cuestionadas– era subdirector, y se planteaba el problema de cómo informar al respecto. Era un asunto difícil para cualquier medio. Por entonces, un editor le recordó que Los Angeles Times, ante una acusación que lo vinculaba con negocios irregulares, contrató a un periodista independiente para que investigara sin ataduras el caso y publicó la información –incriminatoria– en primera página. Alejo contestó con un movimiento de cabeza.
–Estamos cambiando, pero creo que nos faltan muchos años para tomar una decisión así.
Lo dijo con sinceridad, pues en su mente, donde trata de conciliar enfoques aparentemente irreconciliables, cabe la posibilidad de que un diario pueda informar con independencia al lector acerca de sus presuntas malas prácticas.
Aun así, no se le escapaba la idea de cómo los accionistas podían salvar su propiedad en una situación peligrosa. En un seminario de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) reunido en Paraguay en marzo pasado, Miró Quesada dijo que si un director siente que una información puede afectar el patrimonio de la empresa, debe anunciarle su publicación al presidente del Directorio.
–De este modo –añadió– el presidente tiene tiempo de tomar medidas para proteger a la empresa. Y también puede despedir al director antes de la publicación.
Miró Quesada aplicó este criterio en un caso extremo: la acusación a la cervecera Bavaria de haber sobornado a un asesor de Alejandro Toledo. Esta denuncia, que terminó siendo impugnada judicialmente por un yerro menor, tenía enormes implicancias patrimoniales, pues la poderosa empresa de Julio Mario Santo Domingo era nada menos que socia de El Comercio en Canal 4, e iba a reaccionar –como lo hizo– tanto en el terreno contencioso como en el societario. Naturalmente, la parte empresarial de El Comercio estuvo al margen de esta investigación, pero Miró Quesada informó, antes de su publicación, al presidente del Directorio.
Todo esto ocurría mientras el estilo del periódico seguía prudente y conservador. El que el director ejerciera su autonomía no significaba otra cosa que precisamente lo dirigiera como quería: por momentos de centroderecha, por momentos de centroizquierda, derechista –según percepción generalizada– respecto de las condiciones de tratamiento al capital. Fue Alejo Miró Quesada, en ejercicio de su autonomía, el que decidió la línea editorial sobre economía y negocios que ahora, como se verá más adelante, está siendo objetada por el nuevo director, su primo Francisco.
Sin embargo, no fueron asuntos de línea editorial los que determinaron su salida. Como Álvarez Rodrich en Perú 21, Miró Quesada gobernó en El Comercio sin interferencias de los propietarios hasta su último minuto. Muy pocas veces el Directorio tocó asuntos editoriales y más bien apoyó sus decisiones.
El problema con él era otro. Consistía en su proyecto de desfamiliarizar completamente la conducción del diario, como paso necesario hacia su mayor modernización. En este punto, la mayoría de sus primos y sus tíos y sus tías decidieron que no habría ninguna concesión más.
El Grupo 21. Accionistas despedidos. La mayoría pasa a ser minoría. Encuesta alarmante. El grupo crece. Los subdirectores renuncian.
En las postrimerías de la década de Fujimori se organizó en el diario un sindicato de accionistas que, teniendo como centro al grupo Miró Quesada Garland, decidió producir una serie de cambios dirigidos a modernizar y expandir el grupo empresarial. El denominado Grupo 21 gobernó bajo la presidencia de Luis Miró Quesada Valega, teniendo como aliados a los familiares directos de Aurelio y otros accionistas, que en total hacían 53 por ciento. Aurelio murió en 1998; un año después, Alejo Miró Quesada fue nombrado director. En el 2000, una investigación sobre el millón de firmas falsas que presentó Fujimori para inscribirse como candidato, sumada a la demostración de que el principal empresario aerocomercial peruano era narcotraficante, mostraron un agresivo perfil periodístico del diario por entonces. Pero otras evidencias demostraban que el público no se identificaba plenamente con el producto que se estaba ofreciendo.
La primera alerta se conoció cuando aún codirigían Alejandro y Aurelio. A la gente se le preguntó cómo describiría a El Comercio si fuera una persona, y fue representado como un hombre de 80 años, con bastón y sombrero de copa, al que uno nunca invitaría a su casa. Esto produjo un rediseño, pero siguieron apareciendo signos preocupantes, mientras en el país se producían los primeros cambios políticos posteriores al fujimorismo. El diario Correo, por ejemplo, había elevado notablemente su tiraje y empezaba a llevarse anunciantes de El Comercio. Esto convenció al Directorio de que era necesario fundar un tabloide de inmediato, y así nació Perú 21, que a la postre neutralizó a su competencia.
Lo más amenazante, sin embargo, provino de un estudio de mercado que dibujó, sin asomo de duda, el tipo de periódico que los peruanos querían. Nada parecido a El Comercio. El diario del futuro era tabloide, insolente, de oposición, de un costo menor de un dólar. El Comercio nunca llegaría a serlo, pero tenía que trabajar mucho para acortar las distancias. Se imponían cambios periodísticos y empresariales. El director anunció que el periódico iba a tener más garra y agresividad. Alejandro Toledo pagó los platos rotos.
El cambio institucional de mayor trascendencia por entonces fue la decisión de reducir el número de trabajadores accionistas. El Directorio aprobó un procedimiento que todos se comprometieron a respetar, y así ocurrió, para bien y para mal. Decenas de miembros de la familia abandonaron el periódico, sea porque renunciaron voluntariamente o porque figuraban en listas elaboradas por el director y el gerente general. Hubo algunos portazos de despedida e insultos altisonantes. Dos miembros del Directorio estaban entre los destituidos, lo mismo que familiares directos de los principales grupos.
Resultado: el diario se modernizó, pero el director dejó de tener una mayoría que lo respaldara en el Directorio. Le faltaba un voto clave: el de los familiares de Aurelio Miró Quesada. Entre los accionistas se formó otro sindicato, bajo el liderazgo del apicultor Pablo Llona, que demoraría varios años en cohesionarse y decidir una dirección alternativa.
El grupo en pugna con los Miró Quesada Garland es una alianza entre los García Miró –vertiente de Josefa Miró Quesada de la Guerra y Pedro García Irigoyen–, y los descendientes de Óscar y Aurelio. Unos consideran que los Miró Quesada Garland se han aprovechado del periódico, otros sienten que fueron tratados injustamente, y todos tienen un común denominador: el director no debe ser extraño a la familia.
Aunque con Perú 21, Trome, Canal 4, y otros negocios y publicaciones, el grupo empresarial se adueñó de más de 50 por ciento de las ventas y la publicidad del mercado (73 por ciento de la publicidad en la prensa), los ingresos por circulación de El Comercio cayeron 7 por ciento en el 2003. Una opción de reducir el tamaño del periódico –costaba unos 30 millones de dólares– no fue aprobada. El director empezó a ser jaqueado en el Directorio. ¿Para esto se había sacado a la familia?
Pese a que transcurría el período durante el cual el grupo caminaba hacia ganancias nunca antes vistas, la mayoría veía formas de deshacerse del director, aunque fuera de a pocos. A comienzos del 2004 hubo una concertación, no muy clara en sus términos, para buscar a un periodista que trabajara con él en la dirección. Un segundo, que después, tal vez, pudiera ser el primero. Este nuevo directivo estaría por encima de los subdirectores en funciones, Eduardo Carbajal y Hugo Guerra. En la práctica, estos pasaban a un tercer nivel.
Miró Quesada invitó a desayunar a ambos en el hotel Country, a pocas cuadras de su casa, y les explicó la nueva situación.
Como jefe de Redacción y editor de Opinión, respectivamente, Carbajal y Guerra habían trabajado juntos muchos años, desde cuando codirigían Aurelio y Alejandro Miró Quesada. Luego, a órdenes de Alejo, habían conducido sus departamentos sin pizca de intromisión de uno en el terreno del otro y dedicándose una relación fría y distante, solo enternecida por un beso fraterno –digno de Vrubel– que súbitamente Guerra dio a Carbajal en una reunión social.
Durante el desayuno con Miró Quesada, sin coordinación previa y casi al unísono, ambos anunciaron su intención de renunciar. La hicieron efectiva meses después, pero nunca se concretó el nombramiento del famoso director adjunto. De una relación de cinco destacados periodistas, todos extraños a la familia, el finalista, Augusto Álvarez Rodrich, no aceptó.
El director de Perú 21 conversó con Alejo, y quiso saber cuáles serían sus potestades.
–¿Voy a ser realmente director del periódico, con mi nombre en la portada? –preguntó–.
–No –dijo Miró Quesada–. El director general sería yo. Finalmente, Álvarez Rodrich prefirió seguir siendo director de Perú 21, y se abrió un período de cuenta regresiva para Alejo Miró Quesada.
Muerto en su ley. El anuncio. Bernardo se salva. Lluvia de comités. Sin competidor a la vista.
En la reunión de Directorio, la tarde del 25 de septiembre de 2008, algunos parecían estupefactos. ¿Por qué Alejo no aceptaba la codirección? José Antonio García Miró había dicho incluso, al anunciar la decisión, que él podía seguir siendo director después de jubilarse, para lo cual debía revertirse una limitante decisión anterior. La codirección había existido sido siempre. ¿Cuál era el problema?
Para quedarse, el aún director debía consentir la modificación de un acuerdo que él mismo había impulsado, que despachaba a su casa a los familiares directivos de más de 65 años. Debía renunciar a su argumento de que el director debía ser el mejor, independientemente de que fuera de la familia. Esto o morir en su ley, renunciando.
Además, debía pasar por alto el hecho de que lo conminaban sorpresivamente, sin esperar a su jubilación. Lo añadió como una razón de principio para su negativa:
–El director de El Comercio no puede aceptar un maltrato así, aunque provenga de su propio Directorio –dijo–.
Al día siguiente, el director llevó al diario su carta de renuncia. Con el presidente del Directorio quedó en hacer él mismo –como correspondía, pues no era una renuncia indecorosa– el anuncio a la redacción. Pero no pudo. Esa misma noche, los editores se enteraron por accionistas de la mayoría que su jefe había renunciado.
Durante octubre, sendos comités editoriales, integrados por multitud de accionistas, fueron instalados, como collares alrededor de los directores periodísticos, en El Comercio y Perú 21. El ex subdirector, Hugo Guerra, volvió para ser literalmente la mano derecha del estadista Francisco, con el poderoso título de Editor de Opinión Adjunto a la Dirección. Al comienzo el ambiente estuvo tenso, pero con el tiempo se relajó. Los accionistas sugieren temas amablemente y no interfieren con los directores. En Canal 4, donde el número es más razonable –son tres, contando a un representante de La República– también se respira un clima constructivo. Propicio, se diría, hacia la celebración del 170º aniversario del periódico, en mayo próximo.
Sea por este clima o por escrúpulos, la guillotina no bajó sobre la cabeza de Bernardo Roca Rey, el exitoso director de las nuevas publicaciones y medios del grupo durante los últimos años, y quien junto con Hernando de Soto es artífice de la venida de George Soros como orador principal en el aniversario. La mayoría había decidido despedirlo, pese a que también le falta poco para la jubilación, como parte del ajuste de cuentas con los Miró Quesada Garland. Pero al momento de la votación se atascaron dos votos, uno precisamente del presidente del Directorio.
–¿Sabes por qué importan estos líos de familia? –dijo un ex directivo empresarial del diario–. Porque no tienen competencia. Aquí no ha pasado lo que en Argentina, donde Clarín le paró los pies a La Nación y lo bajó de su pedestal. Ya no existe La Prensa, y La República y Correo no están en condiciones de invertir ¿Crees que si los Miró Quesada estuvieran sufriendo por un competidor se darían el lujo de llenar con familiares los comités de redacción?
Antes y después. FMQ se pronuncia. Objeción a Du Bois. ¿Cambiará? Recuerdos de un diálogo.
No existen diferencias sustantivas entre El Comercio previo y posterior al cambio. Aunque sea evidente que en algunos temas específicos –los “petroaudios”, los transgénicos– el tratamiento del director renunciante habría sido distinto, no se percibe a un buque virando en altamar. Las expectativas se centran en el aspecto donde habría discrepancias de fondo entre Francisco Miró Quesada y la línea anterior: las condiciones para la inversión privada. FMQ se ha definido como un “liberal social”, un convencido de que la función del Estado es proteger al ser humano, no al mercado.
En una reciente entrevista concedida a Abelardo Sánchez León en Quehacer, Miró Quesada expresó su desacuerdo con el nombramiento de Fritz Du Bois como director de Perú 21, ante una pregunta sobre la “postura neoliberal” del influyente asesor en economía y negocios de El Comercio hasta el año pasado. Respondió afirmativamente cuando le preguntaron si en Perú 21 había una derechización. Por otra parte, en varias reuniones con sus periodistas –una de ellas cuando convocó a la redacción, al asumir– Francisco Miró Quesada ha dicho que bajo su gestión el diario iba a dejar de estar influido por intereses económicos. “No estoy en contra de los empresarios –dijo–; estoy en contra de grupos de poder”.
A partir de esto uno podría preguntarse hasta qué punto El Comercio podría distanciarse de los planteamientos de la élite empresarial peruana. Si queremos profundizar en el pensamiento de FMQ, ahora ya en términos de mercado, en la misma entrevista hay una pregunta sobre “la élite que lee El Comercio”. El director respondió que, de su orientación hacia los sectores A y B, el diario debería abrirse hacia la nueva clase media, la emergente de Los Olivos, Villa María del Triunfo y San Juan de Lurigancho. El cambio podría ser radical si el diario fuese llevado más allá de los sectores A y B.
Viene a cuento, tal vez, lo que le dijo un representante de los accionistas de la nueva mayoría a Augusto Álvarez Rodrich en los días posteriores a la difusión de los “petroaudios” y previos a su destitución. Álvarez Rodrich quiso saber por qué en el Directorio se molestaban por los ex izquierdistas que escribían en Perú 21, si el nuevo director de El Comercio estaba tanto o más a la izquierda que ellos.
–Claro, claro, eso lo sabemos todos –dijo el interlocutor–. Pero él va a estar controlado. El problema es cuando alguien está fuera de control.
Ilustracion: Marcelo Perez Dalannays
22 de abril de 2009
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