14 de junio de 2007

Hay ríos que traen dolor

Hay una situación que aligeradamente crece en Puno, es que el río no está calmado, a decir verdad el río nunca estuvo calmado, sólo que no era ni Puno ni Juliaca -ahora si lo es- y con razón, porque todos los que sufrieron en carne propia el levantamiento armado de los ‘80, ahora son los nuevos componentes de las ciudades con mayor expansión urbana y ellos no tienen cerradas sus heridas.

En Puno, tal como fue en Ayacuho, Apurímac y otras ciudades postreras, el río siempre trajo piedras, piedras con olor a dinamita, con color de sangre, sangre que tuvo que llegar a esa Lima, tan lejana como su indolencia, y recién el Estado nos miró con ojos de humano; antes, el llanto sólo sirvió para hacer más río. Es así que en el lapidario final del siglo XX, miles de azangarinos, ayavireños, huancaneños, lampeños y en fin todos los que vivimos cobijados por el Titicaca, vivimos soñando presagios del epilogo de ese río. Y así fue.

Pero algo salió mal, la violencia generada por la “guerra interna” de los ´80, no terminó, más bien abortó y para mal de la historia, tal como señala Julio Cotler del Instituto de Estudios Peruanos, “muchas veces la violencia ha traído abortos brutales y fetos monstruosos”, este es el caso de la región Puno, es que esa violencia política se transformó en una violencia urbana, vengativa, incesante, cruel y a veces anónima, sobre todo se siente en Juliaca.

Vista de otra manera, tal como concibe el docente universitario Luís Vilcatoma Salas, Puno vive una suerte de “senderización” de la vida social, donde impera la agresión verbal, gestual y física, como forma efectiva de solucionar problemas o lograr reivindicaciones colectivas o conseguir simples protagonismos personales.

Basta mirar las páginas policiales para consentir que impera la violencia. Si el norte protagonizó el atentado en el mercado Tupac Amaru; el sur tuvo a Fernando Robles hasta matarlo; y sus hijos hicieron el 29 de mayo. Algo más, si consideramos las innumerables crónicas de suicidios, asesinatos, violaciones y asaltos; debemos ser conscientes que estamos lejos de una sociedad que respeta las normas de convivencia social.

Queda como tarea, entender que en nuestra región el río no esta calmado, explicado en que la exclusión en el altiplano fue brutal y la respuesta es exactamente igual. Entonces, los puneños antes pedir presencia del Estado, debemos entender nuestra presencia en el altiplano.

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