Victimas del 29 de mayo en Puno mantienen una lejana esperanza de alcanzar justicia
En el 2003, fui testigo de la masacre a universitarios y transeúntes, cuyo único pecado fue hacer frente al gobierno de Alejandro Toledo, quien para sobreponerse a la creciente ola de protestas declaró a Puno en Estado de Emergencia, entregó el control político a los militares, y ellos “sin dudas ni murmuraciones” limpiaron los vetustos armamentos y apuntaron directo a las esperanzas de centenares de estudiantes. A cuatro años del luctuoso hecho, no nos duele la muerte, en verdad lo que duele, es que los que no murieron sufren daños irreversibles y no tienen a nadie.
El poder corrompe dice la frase, y los corruptos al paredón dice la población. En los últimos años la corrupción se ha evidenciado al extremo de que las autoridades y altos funcionarios ya no tienen arrepentimiento de sus actos; y la putrefacción contagia a los servidores de mando medio y así los subordinados también engrosan las filas de la corrupción.
En mayo del 2003, después de 22 meses de gobierno, Alejandro Toledo luego de poner en práctica la teoría de la corrupción y su infaltable compañera: la estrategia de distracción o también llamada “cortinas de humo”; la indignación había llegado a las riberas de la sanción moral, penal y todas las sanciones que pudiera existir para contrarrestar la avalancha de corrupción. Y como era de esperarse, los medios de comunicación masivos, presentaban días tras días a los recién estrenados indecorosos, entre ellos familiares, amigos o sobre todo funcionarios de confianza.
Hasta el cielo se encontraba en la dicotomía de que forma vestir, de azul, de gris o de azul grisáceo como presagio de un mal día que venía. Los gritos aturdían al presidente y su comitiva, y ellos ya no dormían tranquilos, no era para menos su gobierno mostraba signos de derrumbarse y se agarraron del poder a través de la declaratoria de Estado de Emergencia un 28 de mayo del 2003, mediante el Decreto Supremo 055- 2003 – PCM, declarada en doce regiones y así las fuerzas armadas tomaron el control político en el país.
Entonces, el 29 de mayo, el astro rey decidió vestirse de azul grisáceo, y ya auguraba lo que venía; los dirigentes estudiantiles de la Universidad Nacional del Altiplano, habían tomado el local y preveían una movilización, en rechazo al Estado de Emergencia, concreción de la devolución de pago, cobrado en matrícula por concepto de Internet, y la conservación de costo de pasaje universitario en la suma de S/. 0.30. Un día antes también habían coincidido con el SUTEP en protestar por la situación que atravesaba el país.
Nosotros los periodistas, no pudimos olfatear que una marcha como tantas otras terminaría en un mar de sangre y llanto, dolor y sufrimiento; no imaginamos que momentos después, las fuerzas combinadas acabarían con la vida de Edy Quilca, o peor aún, nunca sospechamos que el universitario Elmer Ilaita, retrocedería en edad mental equiparable a la de un niño de 5 años, y otros 45 resultaran con heridas producto de la balacera.
¡Apunten, listos ya!
En el 2003, tras concluir la conducción del noticiario “Pututo” en radio Onda Azul, me dirigí hacia la ciudad universitaria; bajo los primeros efectos de los gases lacrimógenos y luego de ver a militares y tanques en el Parque Pino, inicie mi trabajo reporteril casi obligado por la circunstancia porque aun no había desayunado. Camino a la puerta principal de la universidad puneña, las piedrecillas regadas en la pista dificultaban la travesía, buscando información, supe que el grupo de universitarios que pretendían protestar en la puerta principal, fueron dispersados luego de ser vanamente persuadidos por un militar. Un grupo se encontraba en el cerro de Machallata, otros corrieron como buscando cobijo en el barrio San José, mientras que otro grupo, se dirigió a las orillas del Lago Titicaca, posiblemente en busca de agua para mojar sus prendas y liberarse de los efectos de los gases.
Al llegar a una residencia ubicada frente a la ciudad, pude observar a 3 universitarios encima de una camioneta policial, quienes yacían boca abajo. Rápidamente abordé a los militares que se encontraban en la caseta, con grabadora en mano pregunte ¿a dónde se los lleva?, ¿son universitarios?, y ellos alcanzaron responderme con otra pregunta, “¿quienes? no hemos visto…” e inmediatamente arrancaron el motor con dirección desconocida. Horas después supe que dos de los detenidos fueron Uribe Pérez Pérez y Wilder Mendoza Fonseca.
Aproveché la aparente calma, para buscar el teléfono y hacer mi primer despacho: “me encuentro a escasos metros del enfrentamiento entre universitarios y las fuerzas militares, en estos momentos se oyen disparos. Las bombas lacrimógenas ya han inundado los hogares y los universitarios corren en diferentes direcciones… y tres detenidos fueron conducidos por la policía”. Cuando vuelvo al lugar de los hechos, en medio de la confusión logro escuchar, “le dieron mierda, concha su madres”; se trataba de 5 jóvenes que llevaban a su compañero herido en el pie izquierdo, pude notar la perforación de la bala en el pantalón, la única vía de acceso al hospital universitario fue testigo del aquel hecho; pregunté si habían más heridos, me dijeron que no era el primero. Y también supe que los heridos eran Jimy Quispe Humiri y Elmer Hilaita Coaquira, este último fue el más afectado y hasta ahora no logra recuperarse, sus capacidades motrices son similares a las de un niño de 5 años.
En cuestión de minutos, me trasladé hacia el lugar del enfrentamiento, y entre gritos y balas, cayeron más estudiantes y a mí se me hizo difícil registrarlos, varios de ellos fueron conducidos al Centro de Salud y al hospital de Manuel Núñez Butrón.
Al ver varios heridos, los estudiantes se arman de coraje más que de piedras y se enfrentan a las fuerzas combinadas, y estos responden con una balacera que por instantes parece interminable y en se momento cae Edy Quilca. Según se conoce que la bala le impacto en la hebilla de la correa y le perforó el abdomen, una abertura de 3 centímetros aproximadamente destrozó sus vísceras. Al ver la agonía, sus compañeros intentan salvarlo y lo suben a un triciclo con dirección a la Posta de Salud de Vallecito y de allí hacia el hospital Manuel Núñez Butrón. El médico en su intento de detener la hemorragia le hace un corte en el abdomen pero ya es tarde, minutos después ni un respiro se siente del joven estudiante de la Facultad de Educación.
Mientras que los estudiantes se repliegan para auxiliar a los heridos, los uniformados al mando de Coronel EP Wilfredo Valencia Torres, hacen retirada por la avenida Costanera. Sin embargo, aparece otro grupo de apoyo al mando del Mayor Raúl Ivan Ramos Peralta, como habidos de tanto no disparar o disparar en el vacío, rápidamente se instalan en la intersección de la Av. Floral y la Av. Progreso, sacan el viejo armamento y se ponen en posición de tirador parado. Esta actitud por demás provocadora exacerba a los estudiantes y éstos lanzan piedras, y esta vez la Pajcha será el escenario del enfrentamiento, luego los estudiantes sacaran la bandera blanca en señal de paz, pero lo único que consiguen es hinchar el ego de los militares, quienes siguen disparando hasta acabar sus cacerinas. Producto de este desafío entre otros sale herido, Juan Guido Vilca, quién inicialmente se esconde detrás del poste, pero en su intento de mejorar su escondite le alcanza una bala que le destroza el fémur.
Luego aparecerán los representantes de la Defensoría del Pueblo, liderados por Alfredo Herrera y junto a otros líderes sociales, logran persuadir a los militares, y estos abandonan el lugar. En su retirada, cuidando su retaguardia disparaban en ambos sentidos, y la bala alcanza a varios transeúntes entre ellos al vendedor de pasteles, Primo Feliciano Nuñez Tito. Mas adelante camino a su cuartel en jirón Lampa, sin que exista ninguna provocación, los militares cobardemente disparan a los kioscos de Bellavista y uno de estos perdigones alcanza a Roy Ticona Pacheco, quien prácticamente es sorprendido por una bala en el hombro cuando se encontraba en su kiosco.
Un día salimos a las calles…
Las siguientes serán horas de protesta, de llanto, de confusión. Un cántico melancólico y contagioso, es el grito de los jóvenes en este trayecto: Un día salimos a las calles / en busca de paz y libertad / y nos balearon y nos mataron…; y así protagonizaron una multitudinaria concentración en la Plaza de Armas, ahora exigiendo únicamente la liberación de un número desconocido de estudiantes quienes fueron captados en el lugar del enfrentamiento. Días después, el estudiante Uribe Pérez Pérez, contaría que los militares le propinaron puntapiés en diferentes partes del cuerpo, perdió el sentido y sólo lo recuperó en una camioneta, junto a otros dos estudiantes que se encontraban boca abajo. En la comisaría, le habrían llenado de piedras su mochila, quiso reclamar, lo golpearon, y sólo cuando llegaron los estudiantes la Plaza de Armas, salió en libertad. Aquella tarde, luego de la liberación, los militares otra vez utilizaron bombas lacrimógenas para dispersar a los universitarios, recuerdo que los humos asfixiantes llegaron hasta las cabinas de la radio, sólo la cabina de locución y operadores -quizá por su adecuación sonora- pudo ser un lugar propicio para subsistir. Todos buscábamos agua o trapos mojados en la radio.
Mas tarde, frente al insistente reclamo sobre estudiantes desparecidos, la vicepresidenta regional de este entonces, Sonia Frisancho, logró convencer a los militares para que se haga la búsqueda en el Cuartel Manco Capac. Yo sabía que era una parodia, porque si los militares querían esconder a los estudiantes lo hubiera llevado a otro lugar, y así estuvieron en las mismas instalaciones sería difícil ubicarlos; pero igual caminamos mirando todos los ambientes, recuerdo que también el consejero Roberto Ramos y otros personajes, trataban de encontrar a los inubicables.
Al regresar del cuartel, por iniciativa de la relacionista del gobierno regional, invité a la vicepresidenta Sonia Frisancho a una entrevista en la radio y ella solícita aceptó. Y así iniciamos una agitada tarde, donde un promedio de 100 personajes desde los más figuretis hasta los más sentidos familiares, hicieron uso de los micrófonos de radio Onda Azul, y yo no era el humilde servidor, sino un hombre privilegiado encomendado para conducir las opiniones de decenas de puneños, sin imaginar que los efectos de tales diálogos, serían el perfecto preludio para una movilización nocturna con velas en mano y cacerolas, en claro rechazo por la muerte del estudiante Edy Quilca.
Alto a la barbarie
El día siguiente, Puno yacía desolado, no había comercio, el transporte estaba paralizado, la banca cerrada y algunos servicios se habilitaron sólo para los movilizados, así unánimemente un promedio de 20 mil pobladores se trasladaron al cementerio para darle el último adiós al universitario caído. Recuerdo que autoridades, en otrora insensibles e inadvertidos, se esforzaban para dirigirse a la multitud visiblemente consternada, afectada, traicionada y por último unida por un acto repudiable.
Aquel día, los universitarios nos juntaron a los puneños para hacer una especie de catarsis, aquel jueves, recuerdo perfectamente bien, los ciudadanos del lago nos pusimos de pie y le dijimos basta a la vocación militarista y golpista de la clase política. Aquel 29 de mayo, el gobierno de Toledo nos pateó en el trasero y sólo así salimos a las calles. Es menester reconocer que si no fueran los universitarios no hubiéramos salido a las calles, porque cada uno de los que componemos esta sociedad, somos una suerte de “doble cara”. La lógica es “estoy de acuerdo con las protestas, pero no tengo tiempo para salir a las calles”. En fin la muerte de Edy Quilca y el medio centenar de heridos, fue un perfecto pretexto para juntarnos, y al menos por un día, ponemos de acuerdo.
Sin embargo, después de 4 años, es propicio reconocer que las argucias sustentadas por los policías y militares para evadir las responsabilidades son más fuertes que las sustentadas por los abogados que defienden gratuitamente a las víctimas del 29 del mayo. Después de 4 años, las autoridades como el presidente regional, Hernán Fuentes Guzmán, alcalde Luis Butrón Castillo, y la misma rectora Martha Tapia Infantes, sólo atinan a salir a las calles a exigir justicia. Después de 4 años, no existe sanción alguna contra los responsables. En tal sentido, es imprescindible cuestionar a las autoridades judiciales, quienes lejos de sancionar o absolver a los presuntos culpables, sólo dilatan el proceso. Mientras que las instituciones de derechos humanos y las autoridades elegidas, lejos de ayudar a las víctimas hoy se mantienen en silencio que los convierte en cómplices indirectos del lamentable hecho. Señores, la justicia que tarda, no es justa.
TESTIMONIO JUAN GUIDO VILCA GUTIERREZ
Presidente de la Asociación víctimas del 29 de mayo.
El 29 de mayo, a las 6 de la mañana tomamos el local de la Universidad Nacional del Altiplano, y a medida que pasa el tiempo como a las 7:30 de la mañana, llegan más compañeros estudiantes, y se empieza a brindar discursos y protestas por parte de algunos dirigentes estudiantiles, en la que se tenía tres razones.
Los tres razones son; devolución del adicional de los 30.00 nuevos soles que se pagó en las matriculas por motivo de implementación del centro de cómputo. La segunda demanda fue la rebaja del pasaje universitario y el tercer propósito era apoyar al gremio del SUTE, a los profesionales de salud y el Poder Judicial que estaban en pie de lucha.
Al promediar las 8 de la mañana llegaron las fuerzas armadas, y el mayor del Ejército de apellido Ramos Peralta, vino a conversar con los dirigentes, al parecer explicó las razones y las condiciones del Estado de Emergencia, pero los estudiantes y los dirigentes, dijeron que la lucha realizarían en forma pacífica exigiendo sus derechos, y el miembro del Ejército se retiró
Cuando cantábamos el Himno Nacional repentinamente dispararon con bombas, directamente a los estudiantes y fuimos dispersados, cada quien se escapaba, era todo un caos, algunos hablaban que había heridos, mientras eso yo me escapé hasta el cerro, después de unos minutos junto a otros que nos escapamos, bajé hasta la avenida floral, justo donde se encontraba la segunda patrulla de las fuerzas armadas, precisamente en el jirón Progreso y avenida Floral, pero entre las voces de la multitud de los estudiantes ya escuchábamos que había bastantes heridos y en eso airadamente me integré a ese grupo de universitarios.
En ese entonces, con toda mi furia arrojé una piedra hacia los soldados, me oculté en un poste porque los soldados apuntaban directamente al cuerpo, recuerdo muchos disparos, y cuando escapaba me coge la bala y no podía más correr, pensé que me habían matado, sólo mi pie ha sido destrozado.
Este cruel masacre de hace cuatro años, definitivamente a sido una frustración para mí, para mis padres y para muchos de los universitarios, pero no me arrepiento de haber luchado por un derecho estudiantil, lo que deben arrepentirse son los integrantes de las fuerzas armadas que me hirieron y mataron a Edy Quilca, (sonriendo) se pregunta, ¿pasaron cuatro años y aún no hay justicia?.
SECUELAS DE COMPAÑEROS
Elmer Ilaita Coaquira: Tiene en la actualidad desarrollo cerebral de cinco años.
Juan Guido Vilca: Extirpado su hueso en 8 centímetros de fémur
Sergio Falcón Frisancho: Se encuentra inmobilizado la mano derecha.
Jimy Quispe Humpire: Rostro desfigurado y no puede respirar con normalidad
Omar Saravia Quispe: Secuelas de bala en el abdomen.
Rudy Pacco Castro: Tiene muslo destrozado.
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