9 de mayo de 2009

Gallos de pelea

En un rincón del Perú, entre el aroma de la selva puneña y el frío del altiplano, Ayapata se erige como un templo de la modernidad camuflando la indigencia manifiesta en el alfiler y el atado de lliclla decolorada que adornan a las lugareñas. Una trocha carrozable (a tres horas desde Macusani en colectivo), nos conduce hacia este pueblo donde la segunda atracción es la pelea de gallos. El domingo 3 de mayo, cuando el altiplano inicia la fiesta de las cruces, los pobladores de Ayapata festejan a su manera, se reúnen alrededor de un ruedo improvisado y empieza el bullicio.

Es un poco más de las tres de la tarde del domingo, la neblina impide ver el azul del cielo como prediciendo que la tarde será gris. Los criadores lograron inscribir hasta 150 gallos, quienes pelearán con la cresta y la cola bien erguida; previamente los dueños sometieron a un registro exhaustivo de pesaje, algunos vienen de Cusco, otros de Juliaca y la mayoría son de la zona; y todos esperaron el día con gran entusiasmo.

Antes de empezar la pelea, los instintivos animales son provistos de espuelas artificiales y de harta energía positiva, los promotores también se preparan para una pelea verbal que ocasionalmente puede terminar en una emulación de lo que bien saben hacer los gallos, pero hoy no habrá mayores sobresaltos. La cerveza es el ingrediente básico para enervar los ánimos; algunos enaltecerán al ganador y otros saborean la derrota del animal que en ese instante representante al ego humano en su máxima manifestación.

De pronto inicia la pelea. Ambos dueños se ponen de acuerdo sobre el monto de la apuesta, 50 soles es una constante pero puede llegar hasta 100 soles o más, dependiendo de la raza y las hazañas logradas por el animal; los bolsillos de un tipo robusto de rostro rojizo que hace Juez, servirán de mesa; el ganador se llevará la totalidad de la apuesta, en el probable caso de un empate, los participantes retornarán sin pena ni gloría, pero eso sí el Juez no pierde. Estas son las reglas.

Mientras el tufillo de cerveza y los ruidos alentadores enervan el ambiente, un gallo sin nombre que cruza la mitad del ciclo de vida, entra al ruedo, es la tercera vez que peleará en su corta subsistencia, su dueño del cual no recuerdo su nombre asegura que no lo entrenó, posiblemente confiado en su buena suerte; su contendor que parecía ser el más visceral de los participantes, luego de 8 minutos reglamentarios con interrupciones para cambio de espuelas, terminó sin vida; pese a una férrea defensa, el plumífero fue atravesado por más 5 picotazos y otro tanto de incrustaciones de espuelas, privándosele de su existencia. La tenue luz del astro rey nos dejó certificar que el peleador murió con el pico tendido en el suelo y la sangre regada entre el ruedo y los expectantes, una gota cayó en mi mano, por un momento pensé deshacerme por previsión de alguna enfermedad aviar, pero más pudo el espectáculo, que continuó hasta que el sol se retirará por completo.

El ganador, el gallo sin nombre, pese a haber otorgado 140 soles a su amo, también terminó la jornada con graves problemas que deberá afrontar el resto de su vida, nadie supo en realidad lo que le pasó, los saltos son tantos y tan rápidos que es difícil predecir el accionar de los animales, pero su dueño que tiene experiencia en estos avatares presume que en plena pelea su contendor le incrustó el pico en el ojo derecho, ahora un liquido color tierra gotea por su frente, “mi gallo es tuerto, pero aún puede ganar en la siguientes peleas”, palabrea el adolescente que aseguró su alimentación por 4 años consecutivos y en retribución -el animal- le regaló dos hazañas. “Hay gallos tuertos que campeonan, estos son de pelea”, se dice así mismo y vuelve al ruedo para continuar animando a sus demás pupilos.

Antes que el sol nos abandone por completo, abordamos la única combi que hace servicio de Ayapata a Macusani; dos horas antes hemos adquirido nuestro boleto, así que es el momento propicio para despedirse de los anfitriones de la fiesta y preparar cuerpo para 7 horas de viaje hasta Puno. Mientras la frondosa pachamama ataviada de miles de colores apenas se deja ver, un sentimiento agridulce invade mi reflexión, la celebración apoteósica del hombre contrasta con la agonía del animal; pero esta escena sólo es la fiel representación de la humanidad, mientras los de abajo batallan por su sobrevivencia, los de arriba se agasajan jubilosamente a costa de los otros. Así es la vida. Somos gallos de pelea.

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