Hoy es una mañana de julio en las playas de Charcas, ubicado a 40 minutos de la ciudad de Puno, Albert y yo, llegamos a la residencia de Christian Nonis. No fue necesario tocar el timbre, el portón de metal con curvas Art Nouveau yacía abierto, luego de un saludo a uno de los obreros, aparece Blas, el mayordomo de la casa, e instantáneamente Christian, de contextura delgada y un claro acento extranjero, viste camisa, chompa y un pantalón que exige en recosido urgente en el bolsillo trasero; mientras se cruzan palabras de bienvenida y saludos, un bosque de árboles y flores, algunas marchitadas por la temporada, nos conducen a la residencia principal. Dos perros, “Princesa” y “Conde” a su manera también nos dan la bienvenida. La casa se extiende en más de 10 mil metros cuadrados, todo con acabados color rojizo que se ajustan perfectamente a la zona, el lugar bautizado como el “Castillo de Charcas” por los lugareños, es un espacio sorprendente rodeado por las cristalinas aguas del Titicaca. Esta es la casa ideal, me digo a mi mismo, mientras ideo algunas preguntas.
La deferencia y atención cordial de Christian, además de nuestra curiosidad por conocer la casa, postergan la entrevista para horas de la tarde; y cuando el sol se dispone a dibujar sombras y las brisas del lago se hacen notar, sentados en el cerco del jardín iniciamos nuestra conversación.
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Cuenta que llegó circunstancialmente al Perú en el año de 1982. Como profesor de Física-Química, Geografía e Historia, quiso sacarle máximo provecho a su año sabático y partió conjuntamente con su amigo de su natal Bélgica rumbo a la islas francesas de Polinesia (en el mapa se puede ver que desde Sudamérica es más fácil llegar hasta las mencionadas islas), ya en el Perú se les unió un amigo, pero la ingrata información de que el próximo barco saldría en 6 meses truncó la aventura, los dos amigos volvieron a Europa y él decidió abandonar Polinesia y cambiarlo por Sudamérica; días después emprendió viaje a Argentina, Uruguay, Paraguay, Ecuador, Bolivia y Perú. “Me había propuesto conocer Sudamérica en 7 meses y los siguientes 4 meses quedarme en un algún lugar”, confiesa Christian, quien no duda en aceptar que remplazó las islas Marquesas de Polinesia por las del Titicaca y como para no creerlo, hasta ahora no ha visitado las islas francesas y aún no concretó su acercamiento a Paul Gauguin y Jacques Brel, quienes motivaron su viaje.
En una de sus visitas, en la frontera paraguaya-brasilera, después de un agitado día de mochilero, solicitó una parrillada y concluida la larga espera, la mesa fue cubierta con un extenso buffet de ensaladas, y para su decepción, sólo un pedazo de carne fue situado frente a sus ojos, sin pedir mayor explicación, procedió a ingerir la pequeña porción de carne; cuando ya había masticado casi la totalidad de los vegetales incluso la desilusión, apareció otra porción de la parrillada, enseguida otra y luego otra más, hasta la parrillada número 14. Entres risas, Christian recuerda que para disfrutar bien de aquel plato volvió al día siguiente.
En los 5 últimos meses de su año sabático decidió quedarse en Puno, conoció a sus paisanos, el padre Pepe Loits y el padre Jeff Ban Den Ouweland, a quienes los acompañó en su trabajo social y asistió a los afectados por la sequía que Puno afrontaba, y para minimizar sus gastos decidió vivir en la parroquia (presupuestó mil dólares para su aventura y después de un año regresó con 4 dólares a su natal Bélgica). “Visitando las islas me enamoré del lago, y Taquile fue el lugar que me amarró, tanto que decidí abandonar Europa”, recuerda Christian Nonis, el hombre que hoy se ha convertido en líder y consulta obligada cuando de turismo se trata en nuestra región.
De vuelta a Bélgica en 1983, añorando el calor de la gente del Altiplano, se preguntó ¿cómo hago para regresar? Entonces acudió a 3 empresas franco-belgas para alcanzar un puesto de guía de turismo para viajeros de Sudamérica, una de ellas lo acogió y así trabajó, junto a su amigo Guy Van Ackeren, también de nacionalidad belga que hoy es un próspero empresario en Lima. “Fuimos guías oficiales en la isla de Pascuas”, recuerda frunciendo el ceño; y como queriendo alimentar su ego de líder, agrega que se habían hecho tan conocidos que los propios turistas exigían que les guiaran, apenas terminaban un grupo, tenían esperando otro y otro más. Al concluir el tercer año como guías, reflexionaron que los 12 meses continuos de trabajo y estar las 24 horas pendientes de sus clientes los dejaban agotados, pero también evaluó que no tenía suficiente economía para erigirse cerca del Titicaca.
Los 3 años siguientes, Christian trabajó en la compra y venta de oro, entre Cusco y Puno, junto a dos amigos con quienes hizo una sociedad. “No quiero recordar mucho esta parte”, me responde cuando le pido detalles de esta etapa de su vida; lo único que logro apuntar es que por un descuido de sus socios la mercancía se perdió en Lima. Él se desilusionó con el proyecto y decidió trasladarse a Puno, el pretexto fue potenciar el hotel Europa, de propiedad de uno de los socios, el establecimiento fue renovado por completo y en pocos meses se mantuvo con alta receptividad (1989 a 1992), adicionalmente puso en funcionamiento la “pizzería Europa”, que en pocos meses fue una empresa rentable, “los restaurantes de Puno, no atendían más allá de las 9 de la noche”, recuerda Christian, mientras parece lamentarse el haber conocido a sus socios, que en repetidas ocasiones le trajeron más de un dolor de cabeza.
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Absorbido por la enigmática magia del Titicaca e identificado plenamente con la cultura andina y sus valores, Christian Nonis, abandonó por completo la escuela Notre Dame des Champs de Bruselas y vendió sus pertenencias en Europa. En 1993 compró un antiguo establecimiento de hospedaje del centro de Puno y lo transformó en lo que hoy es el Hotel Colon Inn. Su experiencia como guía de turismo en países de Sudamérica y su formación académica (recuerda que logró obtener dos títulos de profesor en el breve tiempo de dos años, cuando el promedio lo hace en seis), fueron insumos imprescindibles para liderar las organizaciones civiles de Puno, por periodos consecutivos fue presidente de la Cámara Hotelera y de la Cámara Regional de Turismo; lo cual alternó con una apasionante vida social, participó de la carreras del Club Automóvil Lagro Sagrado –Puno; tuvo la osadía de realizar la primera parapente en Puno; asesoró a Alejandro Guerrero en el documental "Titicaca, Puma de Piedra" y participó de diversas misiones como el de la Antártida.
En el año de 1997, luego de realizar una minuciosa investigación a la isla más visitada de nuestro lago, presentó su libro “Taquile, Encuentro con los hijos del Sol”; su pasión por el lago lo llevó a edificar su casa en la misma isla confundiéndose entre los lugareños; en el 2000 publicó el libro "Los Guías del Sol" junto al Centro Bartolomé de Las Casas. Tiempo después incursionó en la política como regidor, pero la misma gestión de Gregorio Ticona promovió su vacancia con el torpe discurso “por ser extranjero”. Recientemente hemos sido testigos de su activa participación en la Asociación Titicaca al Mundo y su incesante colaboración de cuando se trata de conservación y promoción de lo nuestro. Y como para no olvidar su idioma nativo y añorando su querida Bélgica cada año vuelve para visitar a los suyos. “La abuela este año cumple 99” nos dice con nostalgia al recordar a la matriarca de la familia quien logra desconcentrarlo de cuando en cuando.
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En el extenso patio del Castillo de Charcas, muy cerca de las arenillas de las playas de la zona, donde hemos entablado una agradable conversación, el sol ha declinado por completo, el viento junto a la brisa del Titicaca confabulan nuestra retirada y Christian nos invita a volver a su residencia. Tres peldaños de piedra tallada nos conducen a una cálida y amplia habitación, pero es necesario llegar al segundo nivel para concluir la entrevista, lugar donde está ubicado su escritorio y su biblioteca; donde llaman nuestra atención los libros de historietas, de fotografías, obras de literatura y valiosos textos de Puno; el libro en homenaje a Víctor Humareda me invita a hojearlo y mi exigua preparación sobre pintura hace que no me asombre del puneño más famoso. Mientras logra ponerse cómodo en el escritorio copado de folletos, papeles y piedrecillas lisas de la zona ubicadas detrás del monitor de su ordenador, saco la grabadora y él esquiva mi pregunta sonrojado, y me consulta si de verdad es necesario utilizar la grabadora porque se siente más cómodo con los apuntes; como es imprescindible su versión no retiro la grabadora, él concentra su atención y hace juego a las preguntas y respuestas.
Presiono el botón del celular que hace las veces de “stop” y su esforzado español se transforma en un lenguaje más espontáneo, para él sería más cómodo responder en su lengua materna francesa, pero estamos en el Perú; ya en confianza cuenta que una tarde del otoño del 82, cuando el Perú aún saboreaba la clasificación al mundial y Paraguay soportaba el mayor régimen dictatorial de Hugo Stroessner, se hospedó en un céntrico hotel de Asunción, la afección de una enfermedad le obligó a quedarse por tres días consecutivos, y como la visita de turistas era escasa, el dueño del hospedaje le insinuó con insistencia venderle estupefacientes, ante la negativa categórica del visitante y convencido que podía utilizarlo para su fines, el hombre le reveló que era agente policial y casi instantemente le ofreció trabajar con ellos, y para tal caso tendría dos guardaespaldas a su disposición; su contrato inició un día después. Luego de varias horas de tarea preliminar, ingresó al local de los ilegales y antes que revelara la identidad de los vendedores de droga, su identidad fue delatada por la intervención inoportuna de los guardaespaldas; para proteger al extranjero aventurero, los agentes paraguayos decidieron trasladarlo a Brasil. Un vuelo privado de la milicia paraguaya se encargó de la maniobra.
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Vasos de agua, una botella de vino y cubiertos nos esperan en la mesa, el buen Blas, joven lugareño que trabaja en la casa, nos trae una plato de tallarines; en medio de la mesa una cestilla de panes provoca mi apetito, pero el tradicional ‘salud’ con el sonido de vasos se anticipan a los tallarines revueltos en algún guiso que desconozco, luego vendrá un postre. Mientras Christian acaba su taza de café con leche y nosotros deleitamos el mate de coca, nos explica que la casa, desde su inauguración (2003) fue testigo de innumerables conspiraciones a favor de Puno; autoridades, diplomáticos y personalidades posaron en la mismas sillas en las que hoy estamos sentados.
Cuando la oscuridad se apodera por completo del Altiplano y las olas del lago tejen sinfonías interminables, nosotros nos aprestamos a dar la espalda a la particular edificación. Rememorando el paisaje de la comunidad Santa Rosa de Yanaque, comprendo que el aventurero Christian se ha convertido en el otro hijo del sol, y hoy, vive como uno más, entre los tantos de la comunidad aymara.